La noche del 18 de Abril de 1955 moría Albert Einstein de
una aneurisma de aorta. Había dado instrucciones de que se incinerara su
cuerpo, pero sus deseos no se cumplieron. Einstein era sin duda dueño de un
cerebro excepcional y por eso, al médico que le practicó la autopsia se le
ocurrió robarlo, lo que le costó el puesto de trabajo. Lo troceó en 240
porciones y los guardó en tarros de
formol.
Aunque se han encontrado muchas configuraciones anómalas en
el cerebro de Einstein y se han hecho más de media docena de estudios; no hay ninguno que explique claramente el
origen de su gran inteligencia y todos estos resultados han generado grandes
contradicciones.
Terence Hines cree
que se ha creado un mito alrededor de algo que no tiene nada de misterioso y
que las diferencias halladas en su cerebro son producto de la variabilidad
morfológica.
Britt Anderson encontró una zona cerebral era más fina que las demás lo que el interpretó
como que procesaba la información más deprisa que los demás. Varios
neurocientíficos, más tarde, concluyeron que eso era una señal de disfunción.
También descubrieron que a al cerebro de Einstein le faltaba un pliegue,
lo que demostraba que éste tenía una habilidad especial para las matemáticas,
pero el científico no era precisamente un genio de los números.
Dean Falk sugiere que las configuraciones anómalas del
cerebro muestran unas habilidades matemáticas y visuales superiores “con sólo
observar su superficie se aprecia que es un órgano único”.
Hay muchas hipótesis sobre el cerebro de Einstein, pero aún
hoy en día no se pueden afirmar.
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