LOBOS DE MAR EN CANADÁ
Los lobos grises se han adaptado al ecosistema costero de la Columbia Británica: nadan de isla en isla y viven de lo que encuentran en la playa.
Estamos en un islote minúsculo, a 13 kilómetros al oeste de la Columbia Británica continental. Arbolada y ventosa, es una de las miles de islas que puntean este litoral tempestuoso, poco más que un rosario de rocas ocupadas por focas entre esta provincia canadiense y Japón.
Un lobo flaco como un palo sale de entre los arbustos y baja hasta la playa que tenemos enfrente. Hociquea las zosteras. Posa la pata sobre algo y lo rasga con los dientes; quizás un salmón muerto. Aparece entonces un segundo lobo. Ambos se tocan los hocicos, giran hacia la barra de guijarros y empiezan a vadear las pozas intermareales en dirección a nosotros.
Desde hace décadas los titulares de la prensa de todo el Oeste americano han «aullado» lo suyo: han informado de todo acerca de los lobos, sus retornos, sus retrocesos, el debate sobre si conviene gestionarlos y cómo hacerlo. Los han estudiado, descrito, vilipendiado, ensalzado. Cualquiera diría que a estas alturas deberíamos conocerlos a la perfección. Pero aparte de Homo sapiens, pocos mamíferos hay más adaptables y más diversos en sus hábitats que Canis lupus. Y estos lobos de la costa de la Columbia Británica tienen todos los visos de ser un caso único.
Los datos correspondientes a los lobos de litoral que viven en el continente ponían en cifras lo que muchos lugareños ya sabían: que los lobos comen salmón. En la época de desove, estos peces constituyen el 25% de su dieta.
La sorpresa llegó al analizar el resto de los datos. Darimont y Paquet habían supuesto que los lobos de litoral que viven en las islas eran, simplemente, lobos normales que se movían entre los islotes y el continente, desplazándose cada vez que liquidaban los ciervos de la zona. Pero los datos revelaron que a veces esos lobos pasan su vida entera en las islas exteriores, donde no hay salmones que remonten ríos ni demasiados ciervos (a veces ninguno en absoluto). Son individuos que suelen aparearse con otros lobos isleños, no con los que se alimentan de salmones. Y viven de lo que encuentran en la playa. Mastican percebes. Engullen las pegajosas huevas que los arenques dejan sobre las algas. Se dan un banquete cuando la marea arrastra a tierra una ballena muerta. Nadan hasta mar abierto y se encaraman con agilidad a las rocas para darse un festín de focas que toman el sol. «Hasta el 90 % de la dieta de estos lobos puede salir directamente del mar», describe Darimont.
CLAUDIA GONZÁLEZ CALETRIO 4ºA
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