El descubrimiento de restos de este mamífero por primera vez en el hemisferio sur modifica la teoría evolutiva de este animal, que se encuentra en grave peligro de extinción
Las focas monje viven en las aguas cálidas del Mediterráneo
y las islas de Hawái, donde solo sobreviven unos 2.000 ejemplares. Forman parte
del grupo de llamadas “focas verdaderas”: no tienen orejas y se desplazan
reptando sobre su estómago cuando se encuentran en tierra, a diferencia de los
lobos y leones marinos (que pueden caminar). Hasta ahora la comunidad
científica creía que el origen de las focas monje se situaba en el océano
Atlántico, en el hemisferio norte. Pero el hallazgo de siete fósiles de cráneos
en las costas de Nueva Zelanda ha replanteado la teoría evolutiva de este
animal.
Un equipo de paleontólogos de Australia y Nueva Zelanda ha
estudiado estos fósiles durante cuatro años y ha descubierto que pertenecen a
focas monje que vivieron en las Antípodas hace unos tres millones de años. Se
trata de los primeros vestigios de esta especie encontrados en el hemisferio
sur. Al frente del equipo está el experto en mamíferos marinos de la
Universidad Monash (en Melbourne, Australia) James Rule. “No pasa muy a menudo
que la evolución de un grupo grande de mamíferos se reescriba por completo”
explica Rule, cuyo trabajo ha sido publicado en la revista Proceedings of the
Royal Society B. “La investigación da la vuelta por completo a la forma como
entendíamos la evolución: creíamos que las focas monje y sus parientes habían
evolucionado en el norte, pero este estudio demuestra que en verdad se
originaron en el hemisferio sur”, asegura.
El relato de cómo se encontraron los fósiles no parece
sacado de una novela fantástica, sino que es el fruto de años de trabajo y
dedicación de un grupo de ciudadanos aficionados a la paleontología. Fueron
ellos quienes encontraron los cráneos de foca en las costas de Taranaki (en la
isla norte de Nueva Zelanda) entre los años 2009 y 2016 y cedieron los fósiles
a dos de los museos más importantes del país: el museo de Canterbury y el Museo
Te Papa en Wellington. Felix Marx, el conservador de mamíferos marinos en Te
Papa, lo describe como un “triunfo de ciencia ciudadana”, pues estos fósiles
están preservados dentro de grandes rocas en la playa: “Hay un grupo de
coleccionistas locales muy entusiastas que hace bastante tiempo que se dedican
a ello, y hemos estado siguiendo los descubrimientos que han hecho estos
últimos años y hemos sido capaz de analizarlos. O sea que son ellos los que
tienen el conocimiento local y el afán de ir a encontrar estos fósiles. Es algo
que podríamos hacer nosotros mismos, pero nos llevaría mucho más tiempo y
tendríamos menos éxito porque solo podemos ir allí una vez al año, mientras que
estos locales visitan el área a veces cada quince días.”
El análisis de los fósiles encontrados en Taranaki concluye
que los ejemplares antiguos medían unos 2,5 metros de largo y pesaban entre 200
y 250 kilos, y eran similares a la foca monje que actualmente vive en Hawái.
Para llegar a esta conclusión, el paleontólogo James Rule viajó durante dos
años para comparar los restos encontrados en Nueva Zelanda con los fósiles de
focas que se encuentran en los Museos de Historia Natural en Londres, París o
Los Ángeles. Fue en el Museo Smithsonian de Washington, cuando se encontraba
delante de un grupo de cráneos de focas monje, donde descubrió para su sorpresa
que entre las manos tenía restos que pertenecían a la misma especie.
Según los paleontólogos, hace tres millones de años hubo un
cambio climático en los océanos que afectó a los animales marinos de mayor
tamaño como las ballenas, los delfines y las focas. Las temperaturas bajaron y
con ellas el nivel del mar, un fenómeno que podría estar detrás de la extinción
de las focas monje en el hemisferio Sur. Los científicos temen ahora que el
fenómeno opuesto, el calentamiento global, amenace la diezmada población de
focas monje. El incremento de temperaturas hace más difícil que estas focas
encuentren comida y el aumento del nivel del mar produce la desaparición de las
playas que necesitan para descansar y reproducirse
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