La velocidad de respuesta al cambio climático, tanto de
especies como de ecosistemas, debe ser rápida para frenar las actuales tasas de
extinción. Las pulgas de agua son un buen ejemplo, pues su tolerancia térmica
al calentamiento reciente de las aguas continentales puede evolucionar con
notable rapidez.
Las pulgas de agua son unos pequeños crustáceos planctónicos
del orden Cladocera, presentes en la mayor parte de las aguas dulces del mundo.
Pueden reproducirse sexualmente o por partenogénesis y, en este último caso,
los descendientes son clones genéticamente idénticos a sus madres. Una vez
liberados, los huevos se enquistan y pueden mantenerse latentes durante décadas
en el sedimento.
Geerts hizo dos experimentos; En el primero, de selección
artificial, puso distintos clones de pulgas de agua en unos grandes tanques
sometidos a diferentes regímenes de temperatura. Unos se mantuvieron a
temperatura ambiente y otros se calentaron durante dos años. Las pulgas de
aguas viven unos meses, por lo que durante esos dos años se sucedieron varias
generaciones y fue posible medir los cambios genéticos que heredaban. Para el
otro experimento, “resucitaron” pulgas de agua que habían permanecido
enterradas, pero latentes, en los sedimentos del lago Las
comunidades del lago se habían visto sometidas a temperaturas más cercanas a
sus límites fisiológicos.
REVISTA: Quercus, Diciembre 2017
Paula González Cividanes
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