Las plantas carnívoras, que viven en hábitats pobres en nutrientes, capturan a los insectos tendiéndoles una trampa de la que difícilmente pueden escapar. Una vez que quedan atrapados en el interior de las hojas, las presas caen dentro de líquidos digestivos que deshacen su carne y sus exoesqueletos para así compensar el déficit de nitrógeno y fósforo de las plantas. Este es el método que utilizan todas las plantas carnívoras de Australia, Asia y América, a pesar de haber evolucionado de manera independiente.
Un nuevo estudio, publicado en Nature Ecology & Evolution, ha ahondado en el origen de estos vegetales y ha identificado los cambios genéticos que han permitido la adaptación a la dieta carnívora en algunas plantas. Para ello, el equipo, liderado por el National Institute for Basic Biology de Japón y con participación de la Universidad de Barcelona (UB), examinó tres especies: la australiana Cephalotus follicularis, la asiática Nepenthes alata y la americana Sarracenia purpurea.
Los expertos secuenciaron el genoma de la planta de jarra (Cephalotus follicularis), una especie originaria de Australia que tiene bien diferenciadas las hojas insectívoras –unas trampas en forma de jarra para atrapar insectos– de las hojas no insectívoras (como las del resto de plantas).
Los expertos secuenciaron el genoma de la planta de jarra (Cephalotus follicularis), una especie originaria de Australia que tiene bien diferenciadas las hojas insectívoras –unas trampas en forma de jarra para atrapar insectos– de las hojas no insectívoras (como las del resto de plantas).
SILVIA PARRA MIGUEL
Scientific American
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