Esa misma pregunta se la planteé hace unos días a uno de mis pacientes, quien después de muchos años ha conseguido superar su adicción a los opiáceos. En la actualidad, incluso se involucra en proyectos para la prevención del consumo de drogas. Su respuesta a mi pregunta fue clara y contundente: «Sí.» Según explicó, la primera experiencia de «colocón» que tuvo le hizo perder el control.
Pero esa es la sensación subjetiva que tienen los afectados. Desde la perspectiva médica, hay que contradecir ese supuesto. Una adicción se caracteriza por que la persona que consume no es capaz de abandonar su conducta autodestructiva. Para llegar a tal punto, son necesarios algunos pasos intermedios. La experiencia que describía mi paciente consiste en un proceso de aprendizaje evolutivamente muy antiguo y capaz de allanar el camino hacia la adicción. Este aprendizaje de la recompensa, también conocido como condicionamiento operante, es fundamental para el desarrollo de patrones conductuales básicos, como la búsqueda de alimento o la reproducción. También influyen en él la evitación del dolor y peligro: tendemos a repetir aquello que alguna vez nos ha proporcionado placer y, por el contrario, rechazamos lo que nos causa daño.
El sistema de recompensa neuronal vuelve a activarse cuando experimentamos sensaciones de felicidad. En dicho proceso se implican neurotransmisores, como la dopamina, y opiáceos endógenos, entre ellos, las endorfinas. Las sustancias con potencial adictivo también atacan allí. Cuando se consume cocaína por primera vez, la droga puede alterar determinadas sinapsis del sistema de recompensa. No obstante, esas modificaciones celulares no son las desencadenantes de la conducta adictiva; antes bien, representan una reacción adaptativa temporal. En otras palabras, si no se continúa consumiendo, esas alteraciones retroceden antes o después.
Alejandro Herrero 4ºA
IYC
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