Los humanos vemos los colores en categorías, como el rojo, e incluso distinguimos entre tonos de rojo, como el rubí o el carmesí. Ahora sabemos que las aves también cuentan con esa capacidad.
La cantidad de información que captamos cada segundo con los órganos sensoriales resultaría abrumadora si no fuéramos capaces de clasificarla. La percepción del color es un buen ejemplo de este fenómeno. Cuando seleccionamos fresas, distinguimos sin problemas entre el color de la fruta todavía verde y la gran variedad de tonos de rojo que indica que la fresa está madura. Hace poco, Eleanor M. Caves, de la Universidad Duke, y sus colaboradores han revelado que el diamante mandarín (Taeniopygia guttata) percibe también una gama continua de colores como pertenecientes a distintas categorías, un fenómeno que repercute en su capacidad de diferenciar colores parecidos. Aunque podemos discernir con facilidad los diversos tonos que adquieren las fresas maduras, tendemos a agruparlos y considerarlos equivalentes. Al comparar colores con igual grado de separación entre ellos, nuestra capacidad de percibir diferencias entre los que se sitúan en dos categorías distintas, como el rojo y el naranja, es mayor que cuando pertenecen a una misma categoría. Esta mayor capacidad de distinguir colores de clases diferentes se denomina percepción categórica de los colores.
Del rojo al naranja
Para ello, los autores crearon un ingenioso diseño experimental. Colocaron a hembras de diamante mandarín sobre un dispositivo con comida escondida bajo unos discos coloreados. El alimento solo se ubicaba bajo los discos bicolor, mientras que debajo de los de un solo color no había nada. Este experimento conductual permitió evaluar cuán bien podían detectar los pájaros las diferencias de color en virtud de su habilidad para localizar, en su búsqueda de alimento, los discos bicolor.
Alejandro Herrero 4ºA
IYC
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