El temperamento se forma a partir de la carga genética y las experiencias
tempranas. Antes del nacimiento, las bases de la personalidad individual ya se
encuentran determinadas.
Desde hace tiempo, los investigadores saben que los genes y las primeras
experiencias en el seno materno y poco después del nacimiento influyen en el
modo en que el niño reacciona al mundo que le rodea. Pero algunos interrogantes
continúan abiertos.
Siempre que sentimos, pensamos o actuamos, pero también cuando estamos
descansando, numerosas redes neuronales en el cerebro se hallan trabajando.
Todo cuanto ocurre dentro de nosotros y en nuestro entorno activa circuitos de
los que forman parte tanto neuronas próximas entre sí como otras muy alejadas.
Las sinapsis que se originan entre ellas transmiten información de una célula a
la otra.
Pero estas redes neuronales funcionan de modo diferente en cada persona y
revelan un aspecto importante de la propia manera de ser. De hecho, influyen en
la sensibilidad ante el estrés y en la búsqueda de estímulos externos y en la
sociabilidad.
Sin embargo, no nos diferenciamos tan solo por la forma en que están
interconectadas nuestras neuronas, sino también por cómo influyen determinadas
moléculas en su actividad. La acetilcolina, la dopamina, la oxitocina y la
vasopresina son algunas de ellas. El cerebro libera estas sustancias moduladoras
cuando debe reaccionar con rapidez o de forma mantenida.
REVISTA: Mente y Cerebro, abril de 2018 (N:89)
Carolina Crespo Cruz
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