Una colonia de coral naranja que se desprenda accidentalmente de su anclaje rocoso no tiene porqué perderse. En este artículo queda patente que, con los medios necesarios, es relativamente sencillo devolverla a un lugar adecuado y lograr que se recupere. Todo un éxito si tenemos en cuenta que estamos hablando de una especie endémica y amenazada.
La Isla de Tarifa (Cádiz), situada en el corazón del Parque Natural del Estrecho, es un enclave de gran diversidad e importancia ecológica, donde convergen sin embargo múltiples intereses y actividades. Pese a ser una zona tan relevante, parte de su costa oriental carece de protección debido a la proximidad del puerto de Tarifa. Una cercanía que aumenta su vulnerabilidad, pues aunque no es legalmente reserva marina reúne todas sus características propias y está siendo, no obstante, sobreexplotada. Son muchos los organismos marinos afectados, pero el más relevante es sin duda el coral naranja (Astroides calycularis), una especie muy sensible a los cambios en su hábitat y clasificada como Vulnerable por ser endémica del Mediterráneo.
Las actividades subacuáticas, por ejemplo, se concentran en esta zona
sin protección y es frecuente que los arrecifes sufran abrasiones, con
consecuencias muy perjudiciales para el coral naranja. Es evidente que
las colonias de coral naranja se desprenden por causas naturales, como
el propio hidrodinamismo costero, lo cual se ha tenido cuenta en nuestro
estudio. Pero la mayor parte de las abrasiones se deben a golpes
procedentes de embarcaciones, sedales y artes de pesca que quedan
enredados y arrancan las colonias, así como a buceadores inexpertos que,
debido a su curiosidad y falta de control en la flotabilidad, rozan la
pared o se agarran a ella.
REVISTA: Quercus, junio de 2018 (N:388)
Victoria Crespo Cruz
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