Los hábitos
de descanso saludables contribuyen de manera destacada al desarrollo del niño,
sobre todo durante las primeras etapas de la vida.
Se desconocen las funciones concretas del sueño, se sabe que dormir a diario
el tiempo necesario, en el momento idóneo de la jornada y con una calidad
adecuada constituye un elemento básico para una vida saludable. En el caso de
los bebés, es además un soporte esencial para su correcto desarrollo. La
calidad de sueño en la primera infancia es un factor de predicción de problemas
de conducta y dificultades de atención en etapas posteriores.
Dormir es un proceso complejo que resulta de un equilibrio biopsicosocial
inestable y dinámico que se inicia en el período prenatal. Su evolución y
maduración dependen, sobre todo en las primeras fases de la vida, de la armonía
de ese equilibrio, de la acomodación del niño al medio en el que crece y de su
interacción con los cuidadores a través del desarrollo del vínculo o apego.
Durante la evolución del ser humano y a través de diferentes culturas,
épocas históricas y etapas del desarrollo infantil, los conceptos del cómo,
dónde y cuánto deben dormir los niños o las nociones un sueño normal o
patológico se han ido transformando, en gran medida, por la acomodación del
niño a un ambiente sociocultural cambiante. Conocer las características
evolutivas del sueño y sus variaciones en las diversas etapas madurativas
durante la infancia ha sido objeto de investigación intensa en los últimos
cinco años.
REVISTA: Mente y Cerebro, abril de 2018 (N:89)
Carolina Crespo Cruz
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