lunes, 19 de diciembre de 2016

Lotería de Navidad

¿Por qué jugamos a la Lotería de Navidad? Nuestros motivos no "lógicos"

REVISTA:EL PAIS

 

Cuando los matemáticos analizan las probabilidades de convertirse en millonario con el sorteo de la Navidad llegan a una conclusión contundente: no se gastan ni un duro en lotería. Las probabilidades para el Gordo son 1 entre 100.000. Una probabilidad tan baja que hace para más de uno que sea algo ilógico la relación entre dinero gastado y su opción de recuperarlo. Sin embargo, por mucho que se empeñen en intentar convencernos, el 73,9 por ciento de los españoles entre 18 y 75 años jugó el año pasado, según la Universidad Carlos III. No parece que los datos matemáticos consigan atar nuestras intenciones. Y ¿por qué compramos lotería? Por muchos motivos y algunos de ellos, realmente irracionales a ojos de Descartes y su séquito.
Gerd Gigerenzer, neurocientífico del Instituto Max Planck, asegura que la mayor parte de nuestras decisiones son irracionales (curiosamente, es un alemán quien lo defiende). Por eso, no es de extrañar que en nuestro día a día tengamos comportamientos tan poco “cartesianos” y que no se sometan a hojas de Excel. Compramos lotería por tradición, porque nuestros padres lo hicieron o porque es un argumento para reunirse con amigos o con la familia para intercambiar décimos. Según el informe de la Universidad Carlos III, el 89 por ciento de los españoles juegan por costumbre. No importa tanto el objetivo (que si toca, todos tan contentos), sino porque la lotería actúa como pegamento social y porque nos hace soñar en grupo. Es una tradición social a un precio más o menos asequible para la mayor parte de los bolsillos. Y a esa motivación, poco le importan las estadísticas. Sabemos que existe un agraciado y da igual que la probabilidad sea del 0,001 por ciento.
Otro argumento poco racional es la “envidia preventiva”. A veces compramos lotería porque con qué cara de tontos nos quedaríamos si al resto de la empresa le toca el Gordo de Navidad y nosotros no llevamos ni un número. Decía Sapolsky, profesor de la Universidad de Stanford que la supervivencia consistía en correr más rápido que el de al lado. Por eso, estamos siempre analizando lo que el otro hace. Y claro, con ese resorte tan poco “racional”, en caso de premio en vez de alegrarnos por la felicidad del resto, nosotros abriríamos una rumia interior insoportable. Así que lo aliviamos comprando un decimillo o una participación y asunto resuelto (otro tema es el que por defecto compra más por aquello de restregárselo al resto).
Y por último, compramos lotería porque necesitamos ilusión. El día de la semana preferido es el  viernes porque significa la posibilidad de imaginar cosas futuras, cuando lo "lógico" sería el domingo que es fiesta para la mayor parte de las personas. Pero no, la ilusión se proyecta hacia el futuro. Y lo necesitamos. El ser humano necesita oxígeno para fantasear con posibilidades futuras y así escapar de los problemas que muchas veces agobian. Nos imaginamos que si tuviéramos algún millón en nuestras cuentas corrientes ayudaríamos a unos y a otros, nos compraríamos una casa mejor y algún que otro capricho. Sin embargo, la ciencia demuestra que superado un cierto umbral económico, los índices de felicidad vuelven a los niveles anteriores a habernos tocado la lotería. Es más, incluso, hay ejemplos de personas cuyas vidas fueron un desastre después de haber sido agraciados. Está claro que la ilusión es un estímulo, pero no para ganar felicidad, porque a todo nos acostumbramos, incluso al dinero. Sin duda es más práctico proyectar nuestra ilusión en algo que depende de nosotros que no de la suerte de unos bombos, como crear un proyecto empresarial, hacer un viaje o tener familia. La constancia, el esfuerzo, la capacidad de ser resilientes y la actitud positiva son más útiles para sentirnos bien. Pero mientras, si nos apetece, juguemos a la lotería por ilusión, “envidia preventiva” o tradición si creemos que nos vamos a sentir mejor. Sabemos que no es muy lógico, pero tomamos tantas decisiones tan poco racionales, que una más no importa.
VERÓNICA PANIAGUA DÍAZ 4ªA

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