miércoles, 12 de junio de 2019

Hedor de muerte (Alejandro)

Ciertos olores empujan a las abejas melíferas a retirar sus bajas.

Hace doce años, los apicultores comenzaron a denunciar que sus enjambres de abejas (Apis mellifera) estaban muriendo a un ritmo alarmante. Desde entonces se han descubierto varias razones, pero «las enfermedades son, con creces, la principal causa de los problemas de salud que afligen a la abeja en este momento», asegura Leonard Foster, catedrático de bioquímica y biología molecular en la Universidad de la Columbia Británica. Estos insectos himenópteros sufren los estragos de males como la varroasis, causada por ácaros parásitos, o la loque americana, provocada por bacterias. Ahora, un nuevo estudio revela que el olor de las abejas muertas podría servir para reconocer y criar colonias más sanas.

Se sabe desde hace tiempo que las abejas retiran las crías (larvas) muertas o enfermas con el fin de contener la propagación de los patógenos por el enjambre. La investigadora apícola de la misma universidad y directora del estudio Alison McAfee, junto con Foster y otros colaboradores, pretendía averiguar por qué algunos enjambres son más meticulosos con esa depuración que otros. Eligieron dos sustancias producidas de forma natural por las abejas, el ácido oleico y el beta-ocimeno, cuyo olor creían que podría actuar como señal de limpieza. Muchos insectos desprenden ácido oleico al morir y las larvas de abeja segregan beta-ocimeno para avisar de que tienen hambre. Las jóvenes liberan ambos compuestos cuando mueren.

Los investigadores efectuaron una serie de pruebas para determinar si esos olores estaban vinculados con la conducta higiénica. En un experimento, añadieron ácido oleico y beta-ocimeno a larvas vivas que crecían en las celdillas de un panal, con la pretensión de engañar a las obreras y hacerles creer que habían muerto. Las obreras se deshicieron de más ocupantes de las celdillas impregnadas con la mezcla de ambas sustancias que de las expuestas a uno solo de los olores o a una sustancia de control, según describió el equipo el pasado abril en Scientific Reports. Creen que el beta-ocimeno empujó a las obreras a atender a las crías y que el ácido oleico las incitó a retirar las «muertas».

El equipo también halló un vínculo entre los olores y los rasgos genéticos que favorecen el comportamiento higiénico de las abejas. Puesto que algunas parecen responder más intensamente a los olores de «muerte» que les incitan a limpiar, estos hallazgos podrían facilitar la selección de las abejas más predispuestas a mantener la higiene. «El hecho de que posean un mecanismo que detecte esos olores —y que ese mecanismo parezca realmente ligado a su genética— resulta muy interesante», opina Jay Evans, investigador del Ministerio de Agricultura de EE.UU., que no ha participado en el estudio. «Si se confirmara, dispondríamos de un modo de cuantificar ese rasgo, de modo que los apicultores podrían seleccionar una variedad de abejas por su aptitud higiénica.»



Alejandro Herrero 4ºA
IYC

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