Un estudio muestra que los glóbulos blancos de personas ya contagiadas o que recibieron inyecciones de ARN pueden combatir las versiones mutantes del patógeno surgidas en el Reino Unido, Sudáfrica, Brasil y California
Estudios recientes en laboratorio usando sangre de pacientes han demostrado que algunas de estas variantes son capaces de escapar a la acción de los anticuerpos, las proteínas producidas por el sistema inmune encargadas de evitar la infección. Otros trabajos apuntan a que las vacunas pierden algo de eficacia contra las nuevas variantes. Por ejemplo, la de Novavax, aún no aprobada en Europa, tuvo un 89% de eficacia en un ensayo en el Reino Unido, pero apenas un 60% en Sudáfrica. La inyección de Janssen alcanzó una eficacia del 72% en EE UU, pero de solo el 57% en Sudáfrica. Este país ha suspendido la administración de la vacuna de Oxford y AstraZeneca tras observar una eficacia de apenas el 22% en un ensayo preliminar. Aun así, las vacunas sí parecen tener la misma efectividad contra las nuevas versiones del virus a la hora de evitar la covid grave y la muerte.
Los estudios mencionados se han centrado en estudiar los anticuerpos, que son solo una de las múltiples moléculas y células con las que cuenta el sistema inmune para frenar una infección o limpiar el cuerpo de virus. El trabajo de La Jolla se centra en dos efectivos del sistema inmune que son cruciales para que el organismo pueda orquestar una defensa completa. Se trata de dos tipos de glóbulos blancos llamados CD4+ y CD8+. El primero no sirve tanto para combatir al virus directamente como para dar órdenes a otras unidades del sistema inmune para que produzcan anticuerpos. También reclutan linfocitos citotóxicos capaces de identificar y eliminar las células ya infectadas. El segundo tipo de glóbulo blanco analizado produce moléculas antivirales que inhabilitan al patógeno y también puede matar a células contagiadas. La presencia de estas células en el organismo implica que la persona ha desarrollado una respuesta inmunitaria completa contra el nuevo coronavirus SARS-CoV-2.
Benjamín Gómez
EL PAÍS
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