El permafrost cubre el 24 por ciento de la superficie terrestre. El de las tierras árticas ofrece una biodiversidad inexplorada de microorganismos y de reacciones asociadas a ellos, como la liberación de carbono a la atmósfera (en algunos lugares están enterrados cientos de millones de años de carbono). Los estratos pueden contener microbios congelados antiguos, megafauna del Pleistoceno e incluso víctimas de la viruela enterradas. A medida que se acelera la fusión del permafrost, los científicos se esfuerzan por descubrir e identificar bacterias, virus y otros microbios que pueden estar emergiendo.
Otros microorganismos son conocidos pero no puede predecirse su comportamiento cuando despierten. Datos recientes apuntan al desplazamiento de genes entre ecosistemas. En el océano Ártico, la bacteria planctónica Chloroflexi ha adquirido genes de Actinobacteria, de vida terrestre, para degradar el carbono. A medida que los ríos árticos, con un caudal mayor a causa del deshielo, transportaban al mar sedimentos procedentes del permafrost, también traían consigo genes para procesar el carbono.Algunos de ellos son bien conocidos. Las arqueas metanógenas, por ejemplo, metabolizan el carbono del suelo y liberan metano, un potente gas de efecto invernadero; pero otros, los metanótrofos, consumen ese gas. El equilibrio entre ambos desempeña un papel fundamental en la futura evolución del calentamiento climático.
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