Estudios
evolutivos señalan que los cambios genéticos que activan el desarrollo del
cáncer surgen mucho antes de lo esperado en el tumor primario. Este hallazgo
abre un nuevo y alentador enfoque para el tratamiento.
Hace tiempo
que los biólogos estudian los genes con el fin de desentrañar las
ramificaciones del árbol de la vida, del que forman parte todos los seres vivos,
sean titíes o microbios. Una hoja de este vasto árbol ancestral, que brota
entre los grandes simios, es el Homo sapiens. Cada individuo de la
especie humana es una miríada de células que colaboran para modelar nuestro
cuerpo.
Para que
todas las células puedan vivir juntas deben observar unas reglas básicas:
reparar su ADN cuando resulte dañado, prestar atención a las vecinas para ver
si se dividen y permanecer en el tejido que les corresponde. Las células
mutadas detectan sus propios problemas y se autodestruyen o son destruidas por
el sistema inmunitario antes de que causen ningún daño.
Lo que
convierte el cáncer en una enfermedad tan letal son las metástasis, células
enfermas que escapan del tumor primario y se instalan en tejidos sanos donde
generan nuevos tumores. Convencidos de que las metástasis se originaban por
nuevas mutaciones, surgidas relativamente tarde en la evolución del foco
primario, los oncólogos intentaban identificarlas para combatirlas con
medicamentos específicos.
Grupos de
investigación de diversas instituciones comenzaron a escrutar las secuencias
genéticas de los tumores y averiguaron consternados que, incluso en un mismo
paciente, estos suelen acoger una variedad desconcertante de mutaciones.
REVISTA: Investigación y Ciencia, junio 2018, N: 501
Carolina Crespo Cruz
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