Los bosques pueden inspirar las más bellas fantasías, pero también las mentiras más atroces.
Los naturalistas no tienen la culpa, pero resulta que una de las falacias más extendidas y perniciosas es la llamada falacia naturalista. Dejando aparte el espinoso asunto de qué es o deja de ser natural, la trampa lógica en este tipo de falacia es, evidentemente, que estamos confundiendo la naturalidad de algo con su bondad o su corrección.
Algunos forestales alemanes del siglo XIX se rebelaron contra las doctrinas excesivamente tecnocráticas que habían surgido en los prestigiosos centros de enseñanza sobre gestión del bosque en su propio país, considerado el más avanzado en esta materia. Creían que el resultado de aplicar tales dotrinas era un bosque demasiado cuadriculado y rígido, alejado del orden natural. El problema surge al trasladar el modelo forestal al ámbito social.
Las falacias naturalistas a veces hasta suenan bien. Por eso, son tan peligrosas. Un pasito más y uno puede caer en la tentación totalitaria. Un par de décadas después llegaron los nazis, que no podían estar más de acuerdo con tales propuestas. La política forestal de los nazis fue, hay que reconocerlo, bastante avanzada. Pero, por lo que respecta al pueblo, sus ideas desembocaron, como es bien conocido, en un horror inhumano.
Victoria Crespo Cruz
REVISTA: Quercus, mayo 2018, N: 387
No hay comentarios:
Publicar un comentario