Unos físicos
que han reproducido experimentos de hace medio siglo aseguran que las neuronas
no se comunican mediante impulsos eléctricos, sino mecánicos.
En la habitación de un hospital de Copenhague, una joven yace tumbada en una
camilla. Mantiene el brazo izquierdo extendido, con varios electrodos
conectados a él. Cada pocos segundos, un chasquido resuena en el aire: una
descarga eléctrica. Y cada vez que eso sucede, los dedos se le contraen
involuntariamente y el rostro se le crispa. Al acabar el día habrá recibido
cientos de ellas.
Miembro del Instituto Niels Bohr de Copenhague, institución célebre por sus
investigaciones en física, Heimburg abriga la esperanza de poder rebatir buena
parte de lo que recogen los libros. Yo mismo presencié en diciembre de 2011 el
experimento descrito, concebido para investigar un misterio médico que se
remonta muchos años atrás.
Los anestésicos generales se llevan aplicando en medicina 170 años y hoy se
conocen docenas. Si se eleva poco a poco la dosis, todos silencian las
funciones nerviosas del cuerpo y del cerebro en un orden definido: primero la
creación de los recuerdos, luego la sensación de dolor, después la consciencia
y, por último, la respiración. Ese mismo orden se repite en todos los animales,
desde el ser humano hasta la mosca.
Pero hasta hoy nadie sabe cómo opera realmente la anestesia. El óxido
nitroso, el éter, el sevoflurano y el xenón poseen estructuras moleculares tan
dispares que a primera vista parecería improbable que ejercieran los mismos
efectos uniéndose a proteínas similares de las células, como ocurre con otros
medicamentos.
REVISTA: Investigación y Ciencia, junio 2018, N: 501
Carolina Crespo Cruz
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