Se acercó por el costado hasta menos de un metro de su cabeza. Inquieto, abrió sus fauces, mostró su batería de 64 dientes aguzados y siseó, una clara advertencia de que no diera un paso más. En ese momento, introdujo hasta el fondo de sus fauces el aparato concebido para medir la fuerza de su dentellada. Las mandíbulas se cerraron de inmediato atenazando el artefacto con un sonido atronador, como el disparo de un cañón. Luego, solo hubo silencio.
Para su regocijo, había quedado perfectamente encajado entre los dientes posteriores. «Buena dentellada», espetó a su colega de la Universidad de Florida, Kent A. Vliet, que estaba a su espalda sosteniendo el amplificador de carga que registró el resultado. El aparato registró seiscientos setenta y ocho kilos.
Victoria Crespo Cruz 4 ESO
REVISTA: Investigación y Ciencia, mayo 2018, N: 500
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