jueves, 13 de diciembre de 2018

Científicos vuelan al interior del huracán Matthew para husmear sus entrañas





A lo largo de los últimos 36 años, Frank Marks ha acumulado miles de horas sondeando los corazones y las almas de los huracanes, llegando a conocerlos desde su nacimiento hasta su muerte. Ahora, el huracán Matthew, la primera tormenta grande en golpear Estados Unidos en 11 años y que ya causó estragos en Haití y Bahamas —le está dando la oportunidad de pasar más tiempo junto a un monstruo. Marks, Meteorólogo y director de la División de Investigaciones de Huracanes del Laboratorio Oceanográfico y Meteorológico del Atlántico de la NOAA, ha estado volando al interior de la tormenta desde hace varios días –y noches– junto con otros 18 científicos, pilotos, ingenieros y navegadores. Cada 12 horas vuelan tramos de seis a ocho horas a bordo de uno de los aviones Orion P-3 de la NOAA, recientemente reequipados con alas y motores nuevos.




Usan el avión turboprop de cuatro motores como un estetoscopio gigante para monitorear cada signo vital de Matthew. En este, como en otros aviones caza-huracanes de la NASA (incluyendo a un DC-8 para estudiar la génesis de los huracanes), cada investigador se sienta frente a una consola, pantalla de computadora o laptop montados en estantes de metal donde anteriormente hubo sillas de pasajeros. Las pantallas muestran el perfil de vuelo y lo que la tormenta está haciendo en tiempo real. Otros monitores muestran columnas de números cambiantes reflejando la actividad de instrumentos de alta tecnología conectados a fuselaje del avión: radares Doppler, sensores de microondas, lidars, dropsondes(sondas meteorológicas que se lanzan desde un avión), espectrómetros de vapor de agua y aerosoles junto a una serie de tubos para tomar muestras de aire y partículas de sal, polvo, cristales de hielo y gotas de agua.




Mientras tanto, la tripulación de la cabina está en lo suyo. Pilotos con buenos estómagos y nervios de acero, como el comandante Justin Kibbey, tienen que hilar su camino hacia adentro y afuera del ojo, pasando constantemente a través de las bandas de vientos y calma típicos de estas tormentas con brazos de galaxia. A estas alturas, él y sus colegas no prestan atención a las luces de emergencia y mensajes de alarma de la computadora de vuelo… en un vuelo comercial, con solo una que se encienda basta para que el avión se dirija al aeropuerto más cercano.




Yago García Delgado4ºA
 Scientific American




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